5 de febrero de 2013

Cuando me voy de España, pareciera que me quedara más pegada a ella que nunca. La quiero verdaderamente en la distancia y desde la distancia trabajo cada día minuciosamente en la memoria, en la lengua, en la historia cultural, social, artística para conjugarlo todo y enseñar lo más auténtico de ella y hacerlo con entusiasmo y aventura, con diseño, implicación, originalidad. He creado cientos de situaciones en los últimos años, diversas formas de explicar la gramática, juegos de rol, proyectos fuera del aula... Y así pasan los años.

Cuando España viene a visitarme es un mal endémico. Tanta pegazón a la razón mezclada con una queja permanente. Todo lo saben y exigen. Una vejez prematura y pobre. Algo que va en contra de las leyes primarias del debate, de la buena charla, del buen observar, de aliarse con el tiempo. Una vibración que pareciera ha perdido la imaginación. Un parloteo que cierra, que obvia, que habla más fuerte, que no permite acabar las ideas, que no deja que todos hablen.... Ante esto sólo se me ocurre: callar, meter baza o seguir emigrando. Aunque reconozco que engancha eso de "querer la razón" decido ultimamente no entrar, sino naufragar en la geografía que me queda más a mano. Y busco urgentemente la paz en la sonrisa de cualquiera que pase por ahí en ese momento, sea cuál sea su nacionalidad.

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